A menudo pensamos que para cambiar de vida tenemos que pensar en hacer cambios grandes. Nada más lejos de la realidad.
El cambio real proviene del resultado de cientos de pequeñas decisiones: hacer dos flexiones al día, levantarse cinco minutos antes o hacer una corta llamada telefónica. Nuestra productividad se basa, en esencia, en introducir pequeñas acciones diarias que sustituyen las metas imprecisas (hacer flexiones, levantarme temprano, llamar más a mis padres…). Los cambios minúsculos pueden crecer hasta llegar a cambiar nuestra carrera profesional, nuestras relaciones y todos los aspectos de nuestra vida.
Para nuestra productividad, y casi para cualquier cosa en la vida, debemos enfocarnos tanto en el proceso como el resultado, y diseñar ecosistemas en los que las acciones positivas tengan más oportunidad de crecer.
Es muy importante cambiar nuestra manera de pensar en torno a los hábitos, nuestro comportamiento y los objetivos que queremos alcanzar. Recuerden que correr un maratón no nos convierte en corredores, perder peso no nos hace una persona sana, ni escribir un libro nos transforma en escritores. Lo único que nos hace mejores es dar pasos, por pequeños que sean, en la dirección propuesta.
Para mejorar, recuerden, es necesario empezar modificando una pequeña conducta y trazar a partir de ella los siguientes pasos. No esperemos resultados inmediatos, es necesario disfrutar de cada parte del proceso y cuando menos lo creamos, habremos conseguido los objetivos pautados casi sin quererlo. Porque la excelencia no es más que un sinfín de acciones pequeñas acuñadas en repetición.