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Decía Franz Kafka que, con el tiempo, cada vez se refugiaba más en los rincones y los márgenes. Le cansaba más todo, se hacía viejo. Siempre pensó que su tiempo era corto, sus fuerzas eran limitadas, las oficinas eran un horror, su apartamento ruidoso, y, ante ello, si una vida agradable y sencilla no era posible, entonces uno debía intentar escabullirse con maniobras sutiles.
Coincidiendo con Kafka debo decir que lo cierto es que, especialmente al principio, cuando somos jóvenes y no sabemos nada, creemos que la vida es nuestro campo de juegos. Al menos muchos hemos sido afortunados como para creer en esa ilusión y vivirla lo que pudimos puesto que, al final, hay quien no tiene tanta suerte. Porque todos sabemos que luego viene la vida a dejarnos claro quién es aquí el juguete de los dos, y la vida es poderosa.
Pero siempre quedan los márgenes, las maniobras sutiles para escabullirte en ellos, por los huecos a los que la garra del monstruo no llega. Por ello creo que los márgenes y los rincones no son solo una forma de huir, son una obligación moral.
Persistir en la consecución de los sueños es para mí, y creo no estar solo, uno de esos márgenes, una de esas maniobras de escapismo y rebeldía. No solo en lo personal, también en el desarrollo de nuestra trayectoria profesional.
Si entendemos el trabajo como un conjunto de actividades que se realizan con el propósito de llegar a una meta, es decir, producir tanto servicios como bienes, solucionar problemas o satisfacer las necesidades de los seres humanos nos quedaríamos en la superficie. Para mí el trabajo también es una parte con la cual puedes cambiar el mundo que te rodea, incluido ese mundo que te rodea y no conoces.
Muchos me dicen que soñar fuera del mundo de Morfeo es un acto biológicamente antinatural en el que, a pesar de todo, persisto. No obstante, esa persistencia es una de esas cosas que permite que la vida pase por encima me rompa en muchas ocasiones, porque es lo que hace, pero que nunca consigue destruirme del todo. Porque incluso cuando el tiempo sigue su camino y los reveses de la vida sigan siendo un horror inevitable, siempre podré mantener mis anhelos escondidos en esos rincones a los que no puede llegar nadie más que yo.
En este, mi trabajo, he aprendido que es sumamente importante recordar que soñar es cosa de jóvenes y conseguirlo de afortunados y que, pase lo que pase, al menos seguiré siendo el jardinero de mis márgenes.
Que a mí se me han muerto todas las plantas, pero los sueños todavía no.
Y con esas maniobras con las que me escabullo conservo un poco de cordura y me recuerdo que, a pesar de los apartamentos ruidosos, los inconvenientes profesionales y las fuerzas justas, si uno está en las convicciones adecuadas, el trabajo, los retos y todo lo demás merecerá la pena siempre por las razones correctas.