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10 diciembre 2021Artículo por CÉSAR ARROCHA
2021 ha sido lo que ha sido, pero ya he escuchado a muchas personas poner unas expectativas excesivamente altas al 2022, tratando de abrir una serie de esperanzas nuevas como sea.
Quizá, este no es más que otro año en el que nos hemos puesto esa meta de acabar o empezar un libro, de hacer esa llamada por fin, de ponernos en serio con el deporte, presentarnos a más gente, levantarnos más temprano y muchas otras cosas, esta vez sí.
Pero es probable que, en vez de otro objetivo más que añadir, lo que necesitemos sea un respiro.
Especialmente porque, a veces, en esto de vivir nos obsesionamos con mejorar y sepultar el año anterior y está bien, pero lo hacemos por las cosas equivocadas que no tienen que ver con nuestras necesidades. Nos obsesionamos con hacer más, pero eso no basta y nos obsesionamos con vivir más experiencias, pero eso no basta y nos obsesionamos con ser más felices y, como de un memento eterno, el ciclo se convierte en el cuento que nunca se acaba.
Pero lo que hemos acabado es otro año y en muchos casos nada de eso se ha materializado. Y si somos de los que se machacan por no conseguirlo y pensamos que hay que apretar los dientes y esforzarnos aún más, quizá lo que necesitemos sea lo contrario.
Darnos ese respiro y recordar que, si estamos viviendo la necesidad esencial es expresarnos de manera honesta con lo demás y con nosotros mismos.
Nada más.
Debemos recordar que nuestro espíritu de honestidad debe ser igual de puro y sin expectativas que la mochila de viaje que hacíamos cuando éramos niños. Dónde solo llevábamos lo esencial, es decir, lo que nos hacía felices de verdad. Por poco que fuera. En este 2021 cargado de exigencias nos venden que es el trabajo duro y la resistencia lo que cuenta, pensamos que la solución es redoblar esfuerzos, cerrar los ojos y apretar los dientes.
Pero para muchos de nosotros, eso sólo significa redoblar el cansancio y quizá llegar hasta el hartazgo. Porque la mayoría de las cosas que nos suceden ya nos vienen dadas por el azar y la suerte que han construido nuestro contexto.
Esto no es una excusa para bajar los brazos, pero sí es un motivo razonable para quitarnos presión.
Porque no todo depende del trabajo duro y la resistencia. Nadie trabajó más duro que nuestros mayores y el premio fue una pensión mínima y un cuerpo roto.
La presión por hacer más cosas con cada minuto de nuestro tiempo, estar más delgados, sonreír a todas horas y perseguir lo que nos dicen que es la felicidad y el éxito es brutal. Pero todo es falso y para lo de siempre, vendernos, vendernos cosas y a nosotros mismos.
Ahora comienza 2022 y quizá nos hemos vuelto a comprar una agenda y nos hemos apuntado a cosas y hemos hecho propósitos para que, esta vez sí, sea nuestro año. También es muy probable que, de todos modos, esos buenos propósitos se queden en la cuneta de camino a febrero, como siempre.
Para mí, quitarnos esa presión no significa eliminar los objetivos, sino eliminar todas esas expectativas que tenemos pegadas como sanguijuelas y nos hacen olvidar que no siempre lo urgente es lo importante.