POR CÉSAR ARROCHA
Las televisiones, redes sociales, periódicos y radios se inundan en La Palma de la necesidad causada por el volcán. En lo personal, me parece patético que traten de verle algo bueno a este volcán, que es lo peor sin atenuantes que nos ha pasado.
Y me sorprende que sean tan pocos los que alcen la voz y lo digan.
Porque desde hace meses, en todas las entrevistas, las preguntas llegan encadenadas como gemelos siniestros: “¿Cómo te afectó el volcán?” y “¿qué pudiste sacar de bueno?”.
Los palmeros respondemos como podemos a la primera, como alguien que parece haber no perdido el empleo ni la casa, que no fue rozada por la muerte. Pero la segunda empieza a producir hostilidad.
¿Cuántas toneladas de autoayuda y mindfulness hemos aceptado tener que tragar para encajar la necesidad maníaca de encontrarle a todo una enseñanza?
El dolor, a veces, es simplemente dolor. No purifica, no nos hace mejores. Solo daña.
No se puede sacar nada bueno de perder la casa de una vida, ni el trabajo, ni los recuerdos…
Ni del lacerante período que vendrá después de que toda una vida realizada te deje huérfano cuando ya no se es demasiado joven.
Ni de las confesiones tenebrosas que rondan la cabeza de los tuyos cuando recapitulan lo sucedido aquel domingo de Septiembre. No se puede sacar nada bueno de la noche en la que tuviste que cerrar la puerta desde fuera para recordar que probablemente ahí se quedará todo sepultado para siempre. Pareciera que deberían estar agradecidos por haber podido contemplar la pérdida; por haber escuchado la letanía desfigurada de las voces rotas de los suyos; por contemplar la decadencia de toda una vida; por haber aprendido demasiado temprano que nunca más serán los mismos; por descubrir que la misma tierra que han amado y los ha hecho crecer también era la misma que podía aniquilarlos.
Como palmero no puedo sacar nada bueno de este suceso. El mal a veces es solo el mal y lo único que se puede hacer es respetarlo. Y eso es lo mejor que podemos dar como sociedad a nuestros vecinos.
Respeto, comprensión y ayuda ante la pérdida. No lecciones de felicidad, superación y positivismo. Falsos remedios. Falsas esperanzas.
Simplemente respeto.
Porque cuando todo se apague, incluido el show mediático, serán las manos palmeras las que acojan la reconstrucción de la isla mientras sostendremos, entre todos, pedacitos de esos dolor que muchos han querido mediatizar, maquillar y menospreciar.